- Buenas noches cariño mío. Te quiero.
Le arropé un poquito más mientras él se ponía de lado, poniendo sus manitas pequeñitas debajo de su moflete tierno y suave, entornando los ojos y sonriendo levemente la felicidad que le daba cada noche ese ratito en que yo me quedaba con él echado en la cama mientras su cerebro se negaba a pararse y dejarle dormir. Y, como cada noche, sacó una de las manos de debajo de su cabecita y cogió una de las mías, grandotas y rudas en comparación, tirando de ella para que mi brazo quedara abrazándole y agarrándola fuerte para que no me fuera antes de que él se durmiera.
- Que sueñes cosas preciosas, hijo mío. Papá estará aquí para cuidarte, siempre.
Cada noche le decía eso, y lo orgulloso que me sentía de él y de todas las cosas buenas que había hecho. Y su sonrisa y felicidad eran lo único que yo necesitaba cada noche para sentirme el hombre más feliz de todos.
- Pero, papá, si el cerebro se duerme, ¿porqué sueño cosas? ¿De dónde vienen los sueños?
Siempre tenía un abanico de preguntas que hacerme antes de aceptar rendirse al cansancio. Cada noche teníamos las conversaciones más interesantes en esa media hora que él tardaba en hacerme caso y tratar seriamente de dormir. Por eso yo nunca insistía demasiado en que debía callar y dormirse.
- Bueno, cariño, los científicos dicen que el cerebro en realidad no descansa durmiéndose, sino que se pasa todo el día controlando los pensamientos como si fuera un jinete controlando a un caballo de carreras, un pura sangre…
- ¿Un caballo como Furia?- siempre tenía comentarios para interrumpirme, que matizaban en su pequeña mente lo que le decía y con los que él quería demostrarme también que él sabía mucho, aunque yo le tuviera que explicar cosas. A veces incluso, después de una perorata sobre algún tema plagada de preguntas, concluía él el diálogo, con un “…sí, ya lo sabía; es como yo ya sabía…”
-…si hijo, como Furia; la mente es un pura sangre al que hay que domar para que vaya por donde tu quieres durante el día y no parezcas un loco. Pero a los pura sangres hay que dejarlos de vez en cuando que corran solos, sin silla ni jinete, sin recorridos ni carreras, o acaban aburridos y desmotivados…
- Como los ladrones en la cárcel… que al principio se lo pasan bien pero luego se aburren porque no pueden salir.- aseveró.
- Más o menos hijo. Es como si a ti te están incordiando todo el rato en clase. Que tu quieres hacer el trabajo pero está tu compañero incordiando..
- Sí; – mi interrumpe – no es mi compañero, es Diego, que siempre está hablando y dándome patadas por debajo de la mesa.
- ¿Y tú qué le dices?
- Que pare, pero no me hace caso.
- ¿Y te enfadas?
- Sí
- ¿Qué pasaría si siempre fuera así, si nunca acabara la clase y no te pudieras quejar de Diego nunca?
- Que me enfadaría mucho y no me podría controlar y le pegaría y le gritaría…
- Pues al cerebro le pasa lo mismo. Si no durmiéramos y la dejáramos libre en esas noches, acabaría agotado.
- ¿Y chillaría?
-Bueno, sí, pero a su manera. El cerebro no tiene boca, ¿no?
- No, pero puede pensar muy fuerte…
- Pues lo que pasaría es que nos volveríamos locos porque el cerebro estaría tan cansado y enfadado que dejaría de controlarse y hacer bien las cosas. Entonces, cuando nos dormimos, el cerebro empieza a pensar por su cuenta en todas las cosas que le han pasado durante el día, y las mezcla y se imagina cómo podían haber sido las cosas, pero sin normas. Como cuando tú te inventas tus dibujos, que vas cambiando a medida que quieres ir añadiendo cositas que se te ocurren. Pues tu cerebro lo hace sólo durante la noche, y te lo muestra en sueños.
- Pero yo soy mi cerebro, tú siempre lo dices…
- Así que el que hace todo eso…- hice una pausa para que completara él la frase.
- ¿Soy yo?
- Claro hijo, tú cerebro no es un bicho que vive dentro de ti, sino que eres tú mismo. Y cuando sueñas es cuando te estás librando de todas las cosas que no te gustan…
Pasaron unos minutos en plácido silencio. Su respiración se fue pausando y yo pensaba que ya estaba en ese dulce trance entre la vigilia y el sueño. Empecé a programar qué haría las siguientes dos horas, antes de acostarme yo a dormir y descansar por mi cuenta.
- Pero, ¿de dónde vienen los sueños?
Una vez más, como muchas otras, yo pensaba que se estaba durmiendo, pero en realidad estaba con sus cábalas, procesando lo que le había dicho y combinándolo con su manera de ver el mundo. Y llegó a la conclusión de que mi respuesta le decía qué eran los sueños, pero no de dónde venían.
- Bueno, antes te he dicho lo que dicen los científicos que son los sueños. Pero te voy a decir de dónde vienen en realidad. Durante el día hay cientos de millones de personas despiertas, todas muy ocupadas haciendo muchas cosas de todo tipo. Unos trabajan, otros educan, otros hacen deporte… pero casi nadie tiene tiempo para pararse a pensar en las cosas que les apetece, porque tienen que pensar en sus obligaciones…
- Sí, como yo en el colegio, que tengo que pensar en lo que me dice la maestra, aunque a veces yo quiero pensar en mis cosas.
- Claro… de vez en cuando tienes ideas o cosas muy interesantes sobre las que quieres pensar o imaginar. Pero no puedes…
- No, tengo que hacer tareas del colegio, porque si no las acabo en clase, luego las tengo que hacer en casa…
- Y ¿sabes qué pasa con las ideas que tenemos y que no usamos? ¿Sabes dónde va todo el pensamiento y la imaginación que no aprovechamos durante el día?
- Se olvida…
- ¡No! ¡Se va! Nos abandona en forma de burbujas invisibles y se queda flotando por el cielo y recorriendo el mundo, en busca de una mente abierta, de un cerebro con tiempo para ellas. Hay tantas por todas partes que, si no fueran invisibles, no veríamos casi nada más.
- Y nos chocaríamos
- Sí hijo. Pero por la noche, cuando nos dormimos y dejamos de manejar a nuestro cerebro, le devolvemos su tiempo libre al cerebro y nuestras cabecitas se convierten en un sitio perfecto para que las burbujitas se vayan posando y podamos imaginarlas y pensarlas con libertad y tiempo. Y así se van encadenando sueños absurdos con cambios repentinos, porque después de un pensamiento llega otro de otro lugar, y luego otro de muy lejos, y luego otro de tu papá que anda por casa… y se van mezclando en tu cabecita las ideas e imaginación de muchas personas y tienes sueños increíbles. Y así, cuando dormimos más, ayudamos a todos esos pensamientos a encontrar un sitio en el que descansar y explayarse y pasan a formar parte de ti y de tu mundo.
- ¿Y las pesadillas son de gente mala?
- No hijo, casi siempre son de cosas que tu cabecita no entiende y le coge miedo.
- Pero también de gente mala…
- Sí hijo, por desgracia, alguna habrá.
- Entonces voy a dormir mucho para que descansen muchas burbujas que estarán cansadas de viajar.
- Muy bien, besito.
Y con un dulce beso, se puso, una vez más, con sus manos juntas por las palmas bajo su carrillo y su sonrisa de ángel, a dormir definitivamente.
Buenas noches.
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