Asúmelo. Eres un ser humano. Y, al contrario de lo que te han dicho por ahí tus amorosos padres, tus cariñosos maestros y tus pedófilos maestros de catequesis, no eres más que parte de una especie más. Una especie que sólo se distingue de las demás porque es capaz de juzgar un poco más allá que las otras lo que hace y decidir si hacerlo o no en base a conceptos abstractos.
Pero esos conceptos son ficticios, no existen.
El amor, la igualdad, la solidaridad, la justicia... todo basura inventada en cada momento por oportunistas para poder mantener equilibrios del poder menos violentos de lo que sería propio de los humanos si no existieran. Si alguien te hace daño adrede, lo que te pide el cuerpo es romperle la mandíbula y darle una buena patada en los cojones. Pero no... el ser humano inventó la justicia... donde un señor que ha estudiado leyes va a decidir cuán mal está que el otro te lastime adrede y le hará pagar por ello. Y ese señor que decide, llamado comúnmente juez, se ha preparado especialmente para conocer las leyes y ser capaz de impartir esa justicia.
Pero, ay señor, aquí falla algo fundamental. Los jueces, la mayoría de ellos, no están ahí porque en un arrebato de humanismo desbordante decidieron que lo que querían hacer en la vida es dedicar sus sesos a discurrir quién tenía razón y quién no en las disputas. La mayoría de jueces están ahí porque es un trabajo muy bien pagado. Muy bien pagado oficialmente y mejor pagado extraoficialmente si se dejan. Y, bendita inocencia, la gran mayoría van y se dejan. Precisamente porque lo que no tienen es vocación. O, más bien, no tienen más vocación que la de acumular dinero y bienes. Y en ese afán se protegerán de la ley desde la ley, protegerán a los que tienen los medios de hacerles ricos y se protegerán unos a otros. Exceptuando, claro está, a aquéllos que atenten contra esa hermandad formada por los propios jueces y sus apadrinados. Es un ejemplo más del putrefacto corporativismo en el que vive el ser humano.
Es el corporativismo vomitivo de los médicos que tapan y esconden las negligencias de sus compañeros en previsión de que éstos algún día tal vez hayan de tapar los suyos, sin importar para nada que la víctima de esa negligencia sea una persona que queda jodida para siempre; y su familia. Es el corporativismo fascista de los cuerpos policiales, plagados de honrados policías que no dudan en defender las acciones rastreras de elementos violentos y amargados que pagan contra el ciudadano de a pie sus miserias internas a base de repartir palos injustificados. Y eso convierte a esos policías honrados en un fascista más. Y es el corporativismo del fumador, que allana de forma completamente irrespetuosa el aire del que todos los seres vivos respiramos, se adueña de él y bajo la bandera inexistente de la libertad defiende que puede joder tu salud cuando le salga de los genitales, porque tiene derecho a ello. Y yo no sé si el fumador nace con un gen menos que le hace incapaz de reconocer ceniceros y papeleras, y que por eso tiene que tirar la colilla, ese recipiente de babas y microbios, de un filtro irreciclable, donde le da la real gana, sin mirar siquiera. Colillas que salen disparadas de ventanas de coches e incendian bosques, colillas que caen al suelo y producen alguna que otra vez quemaduras a bebé que gatean por allí (me pregunto cuántos perros paseantes han acabado con una pata lastimada por pisar sin prestar atención una colilla tirada por uno de estos cerdos).
Porque, entérense bien señores y señoras: el fumador es un cerdo por naturaleza: desde el mismo momento en que aprende a fumar y adopta el hábito, su capacidad para pensar en los demás se reduce, si cabe, aún más, y contribuye a dejarlo todo infestado de su asqueroso residuo. Y así nuestros niños van a la playa a construir preciosos castillos de arena y los decoran con decenas de colillas de todo tipo enterradas por esos guarros fumadores que creen que escondiendo la colilla bajo la arena es suficiente.
El otro día vi como un viejo le gritaba algo inmundo a un chaval, que era también un cerdo, pero tenía la excusa de la adolescencia, por escupir un chicle al suelo. Después de pasar varios minutos debatiendo con otro viejo lo cerdo que era aquel chaval, dio una última calada a su cigarrillo y tiró mecánicamente la colilla al centro de la calle.
El ser humano es egoísta, injusto, miserable y triste. Así que el que no le guste cómo van las cosas que le reclame a Dios que le convierta en perro.
tkila
Datos personales
- tkila
- Los niños ya me llaman "señor" a pesar de que me siento más joven que en los últimos 12 años. Soy más bien de izquierdas y no soporto a las instituciones ni a las personas que tratan de decidir por mi: mi creo, mi comportamiento, mi modo de vida. Muchos años en África y Asia, muchos en Europa... tengo mi propia perspectiva del mundo, probablemente muy parecida a las de todos los demás, pero la única que es mía y la mantendré hasta el final.
martes, 21 de febrero de 2012
miércoles, 24 de agosto de 2011
El engaño vegetariano
Cuando éramos niños, los que ya no lo somos, mirábamos a los perros y a los gatos y pensábamos que no podía ser cierto que los animales no tuvieran alma, como la Iglesia cristiana nos enseñaba. Especialmente los que teníamos mascotas mamíferas. ¿Cómo no van a tener alma, si es evidente que tienen sentimientos? ¿Es que no ven los ojos de ternura con la que nos mira ese gatito, ese perrito o ese hámster tan mono? ¿Es que nadie ha visto cómo Copito de Nieve se comporta casi como un hombre o cómo la mona chita era más lista que muchas personas y tenía claras señas de lealtad y amor? Bueno, sí, Chita era un personaje de ficción…
Al crecer, dos cosas cambian: sólo los que tienen mascotas (y no todos), siguen en ese convencimiento y sólo algunos siguen creyendo que la Iglesia (los hombres que la dirigen, porque a las mujeres no les dejan) es infalible.
Hay algo que nos acompaña, en cualquier caso, a todos nosotros, que es una conciencia maleable y la lucha continúa por mantener el equilibrio entre nuestra lucha contra nuestro sentimiento de culpabilidad, del que tantos psicólogos, psiquiatras y farmacéuticas viven, y nuestro hedonismo expansivo por las fuerzas de la edad y la sociedad de consumo. Y en esa lucha esta también la relación afectiva con los animales. Los primates son casi como nosotros y parece que sólo los extintos homo habilis y neardenthal nos separan de ellos. Al fin y al cabo, son nuestros ancestros inmediatos. Luego nos encontramos con el resto de mamíferos. ¡Tienen, algunos de ellos, comportamientos tan sorprendentemente “humanos”! Los chimpancés se ríen, se relacionan, usan herramientas simples y resuelven incluso algunos problemas mejor de lo que sabemos hacer los humanos. Los perros saben transmitir lástima, alegría y enfado, afecto y juego, hambre y malestar. Los gatos son algo menos expresivos, a la par que menos afectivos y más independientes, pero siguen siendo animales domésticos que agradecen el contacto y lo devuelven con un agradable ronroneo. Algunos pájaros saben reproducir sonidos parecidos a nuestras palabras, aunque personalmente estoy seguro de que no tienen la menor idea de cómo usarlos (y qué decir sobre su comprensión de los vocablos). Pero a medida que nos vamos alejando en el reino animal del puesto privilegiado en que nos hemos situado los hombres en la clasificación
Nuestro antropocentrismo no nos lleva a pensar, aunque lo sepamos, que no son los animales los que tienen comportamientos parecidos a los humanos, sino que somos nosotros los que hemos heredado y conservamos esos comportamientos de nuestros antecesores, por lejanos que éstos parezcan estar en la cadena evolucionista. Y desde luego no nos lleva a pensar que precisamente por eso no somos distintos de otras formas de vida ante la que tenemos tan pocos derechos como ante las más similares a las nuestras.
¿Por qué es menos malo matar a una lechuga que a un conejo? ¿Por qué es más valiosa la vida de un animal a la de un vegetal? ¿Es ese el criterio? Entonces, ¿un perro debe estar por delante de un geranio? ¿Una rata por delante de un roble? ¿Una hormiga por delante de un acebo milenario?
Está claro que los vegetarianos no responderían lo mismo a las tres preguntas. Y eso demuestra que la premisa de la que se parte cuando se hace uno vegetariano por evitar el sufrimiento de los animales es demagógica y condescendiente.
Evidentemente, yo seguiré siendo omnívoro…
Al crecer, dos cosas cambian: sólo los que tienen mascotas (y no todos), siguen en ese convencimiento y sólo algunos siguen creyendo que la Iglesia (los hombres que la dirigen, porque a las mujeres no les dejan) es infalible.
Hay algo que nos acompaña, en cualquier caso, a todos nosotros, que es una conciencia maleable y la lucha continúa por mantener el equilibrio entre nuestra lucha contra nuestro sentimiento de culpabilidad, del que tantos psicólogos, psiquiatras y farmacéuticas viven, y nuestro hedonismo expansivo por las fuerzas de la edad y la sociedad de consumo. Y en esa lucha esta también la relación afectiva con los animales. Los primates son casi como nosotros y parece que sólo los extintos homo habilis y neardenthal nos separan de ellos. Al fin y al cabo, son nuestros ancestros inmediatos. Luego nos encontramos con el resto de mamíferos. ¡Tienen, algunos de ellos, comportamientos tan sorprendentemente “humanos”! Los chimpancés se ríen, se relacionan, usan herramientas simples y resuelven incluso algunos problemas mejor de lo que sabemos hacer los humanos. Los perros saben transmitir lástima, alegría y enfado, afecto y juego, hambre y malestar. Los gatos son algo menos expresivos, a la par que menos afectivos y más independientes, pero siguen siendo animales domésticos que agradecen el contacto y lo devuelven con un agradable ronroneo. Algunos pájaros saben reproducir sonidos parecidos a nuestras palabras, aunque personalmente estoy seguro de que no tienen la menor idea de cómo usarlos (y qué decir sobre su comprensión de los vocablos). Pero a medida que nos vamos alejando en el reino animal del puesto privilegiado en que nos hemos situado los hombres en la clasificación
Nuestro antropocentrismo no nos lleva a pensar, aunque lo sepamos, que no son los animales los que tienen comportamientos parecidos a los humanos, sino que somos nosotros los que hemos heredado y conservamos esos comportamientos de nuestros antecesores, por lejanos que éstos parezcan estar en la cadena evolucionista. Y desde luego no nos lleva a pensar que precisamente por eso no somos distintos de otras formas de vida ante la que tenemos tan pocos derechos como ante las más similares a las nuestras.
¿Por qué es menos malo matar a una lechuga que a un conejo? ¿Por qué es más valiosa la vida de un animal a la de un vegetal? ¿Es ese el criterio? Entonces, ¿un perro debe estar por delante de un geranio? ¿Una rata por delante de un roble? ¿Una hormiga por delante de un acebo milenario?
Está claro que los vegetarianos no responderían lo mismo a las tres preguntas. Y eso demuestra que la premisa de la que se parte cuando se hace uno vegetariano por evitar el sufrimiento de los animales es demagógica y condescendiente.
Evidentemente, yo seguiré siendo omnívoro…
viernes, 5 de agosto de 2011
De dónde vienen los sueños
- Buenas noches cariño mío. Te quiero.
Le arropé un poquito más mientras él se ponía de lado, poniendo sus manitas pequeñitas debajo de su moflete tierno y suave, entornando los ojos y sonriendo levemente la felicidad que le daba cada noche ese ratito en que yo me quedaba con él echado en la cama mientras su cerebro se negaba a pararse y dejarle dormir. Y, como cada noche, sacó una de las manos de debajo de su cabecita y cogió una de las mías, grandotas y rudas en comparación, tirando de ella para que mi brazo quedara abrazándole y agarrándola fuerte para que no me fuera antes de que él se durmiera.
- Que sueñes cosas preciosas, hijo mío. Papá estará aquí para cuidarte, siempre.
Cada noche le decía eso, y lo orgulloso que me sentía de él y de todas las cosas buenas que había hecho. Y su sonrisa y felicidad eran lo único que yo necesitaba cada noche para sentirme el hombre más feliz de todos.
- Pero, papá, si el cerebro se duerme, ¿porqué sueño cosas? ¿De dónde vienen los sueños?
Siempre tenía un abanico de preguntas que hacerme antes de aceptar rendirse al cansancio. Cada noche teníamos las conversaciones más interesantes en esa media hora que él tardaba en hacerme caso y tratar seriamente de dormir. Por eso yo nunca insistía demasiado en que debía callar y dormirse.
- Bueno, cariño, los científicos dicen que el cerebro en realidad no descansa durmiéndose, sino que se pasa todo el día controlando los pensamientos como si fuera un jinete controlando a un caballo de carreras, un pura sangre…
- ¿Un caballo como Furia?- siempre tenía comentarios para interrumpirme, que matizaban en su pequeña mente lo que le decía y con los que él quería demostrarme también que él sabía mucho, aunque yo le tuviera que explicar cosas. A veces incluso, después de una perorata sobre algún tema plagada de preguntas, concluía él el diálogo, con un “…sí, ya lo sabía; es como yo ya sabía…”
-…si hijo, como Furia; la mente es un pura sangre al que hay que domar para que vaya por donde tu quieres durante el día y no parezcas un loco. Pero a los pura sangres hay que dejarlos de vez en cuando que corran solos, sin silla ni jinete, sin recorridos ni carreras, o acaban aburridos y desmotivados…
- Como los ladrones en la cárcel… que al principio se lo pasan bien pero luego se aburren porque no pueden salir.- aseveró.
- Más o menos hijo. Es como si a ti te están incordiando todo el rato en clase. Que tu quieres hacer el trabajo pero está tu compañero incordiando..
- Sí; – mi interrumpe – no es mi compañero, es Diego, que siempre está hablando y dándome patadas por debajo de la mesa.
- ¿Y tú qué le dices?
- Que pare, pero no me hace caso.
- ¿Y te enfadas?
- Sí
- ¿Qué pasaría si siempre fuera así, si nunca acabara la clase y no te pudieras quejar de Diego nunca?
- Que me enfadaría mucho y no me podría controlar y le pegaría y le gritaría…
- Pues al cerebro le pasa lo mismo. Si no durmiéramos y la dejáramos libre en esas noches, acabaría agotado.
- ¿Y chillaría?
-Bueno, sí, pero a su manera. El cerebro no tiene boca, ¿no?
- No, pero puede pensar muy fuerte…
- Pues lo que pasaría es que nos volveríamos locos porque el cerebro estaría tan cansado y enfadado que dejaría de controlarse y hacer bien las cosas. Entonces, cuando nos dormimos, el cerebro empieza a pensar por su cuenta en todas las cosas que le han pasado durante el día, y las mezcla y se imagina cómo podían haber sido las cosas, pero sin normas. Como cuando tú te inventas tus dibujos, que vas cambiando a medida que quieres ir añadiendo cositas que se te ocurren. Pues tu cerebro lo hace sólo durante la noche, y te lo muestra en sueños.
- Pero yo soy mi cerebro, tú siempre lo dices…
- Así que el que hace todo eso…- hice una pausa para que completara él la frase.
- ¿Soy yo?
- Claro hijo, tú cerebro no es un bicho que vive dentro de ti, sino que eres tú mismo. Y cuando sueñas es cuando te estás librando de todas las cosas que no te gustan…
Pasaron unos minutos en plácido silencio. Su respiración se fue pausando y yo pensaba que ya estaba en ese dulce trance entre la vigilia y el sueño. Empecé a programar qué haría las siguientes dos horas, antes de acostarme yo a dormir y descansar por mi cuenta.
- Pero, ¿de dónde vienen los sueños?
Una vez más, como muchas otras, yo pensaba que se estaba durmiendo, pero en realidad estaba con sus cábalas, procesando lo que le había dicho y combinándolo con su manera de ver el mundo. Y llegó a la conclusión de que mi respuesta le decía qué eran los sueños, pero no de dónde venían.
- Bueno, antes te he dicho lo que dicen los científicos que son los sueños. Pero te voy a decir de dónde vienen en realidad. Durante el día hay cientos de millones de personas despiertas, todas muy ocupadas haciendo muchas cosas de todo tipo. Unos trabajan, otros educan, otros hacen deporte… pero casi nadie tiene tiempo para pararse a pensar en las cosas que les apetece, porque tienen que pensar en sus obligaciones…
- Sí, como yo en el colegio, que tengo que pensar en lo que me dice la maestra, aunque a veces yo quiero pensar en mis cosas.
- Claro… de vez en cuando tienes ideas o cosas muy interesantes sobre las que quieres pensar o imaginar. Pero no puedes…
- No, tengo que hacer tareas del colegio, porque si no las acabo en clase, luego las tengo que hacer en casa…
- Y ¿sabes qué pasa con las ideas que tenemos y que no usamos? ¿Sabes dónde va todo el pensamiento y la imaginación que no aprovechamos durante el día?
- Se olvida…
- ¡No! ¡Se va! Nos abandona en forma de burbujas invisibles y se queda flotando por el cielo y recorriendo el mundo, en busca de una mente abierta, de un cerebro con tiempo para ellas. Hay tantas por todas partes que, si no fueran invisibles, no veríamos casi nada más.
- Y nos chocaríamos
- Sí hijo. Pero por la noche, cuando nos dormimos y dejamos de manejar a nuestro cerebro, le devolvemos su tiempo libre al cerebro y nuestras cabecitas se convierten en un sitio perfecto para que las burbujitas se vayan posando y podamos imaginarlas y pensarlas con libertad y tiempo. Y así se van encadenando sueños absurdos con cambios repentinos, porque después de un pensamiento llega otro de otro lugar, y luego otro de muy lejos, y luego otro de tu papá que anda por casa… y se van mezclando en tu cabecita las ideas e imaginación de muchas personas y tienes sueños increíbles. Y así, cuando dormimos más, ayudamos a todos esos pensamientos a encontrar un sitio en el que descansar y explayarse y pasan a formar parte de ti y de tu mundo.
- ¿Y las pesadillas son de gente mala?
- No hijo, casi siempre son de cosas que tu cabecita no entiende y le coge miedo.
- Pero también de gente mala…
- Sí hijo, por desgracia, alguna habrá.
- Entonces voy a dormir mucho para que descansen muchas burbujas que estarán cansadas de viajar.
- Muy bien, besito.
Y con un dulce beso, se puso, una vez más, con sus manos juntas por las palmas bajo su carrillo y su sonrisa de ángel, a dormir definitivamente.
Buenas noches.
Le arropé un poquito más mientras él se ponía de lado, poniendo sus manitas pequeñitas debajo de su moflete tierno y suave, entornando los ojos y sonriendo levemente la felicidad que le daba cada noche ese ratito en que yo me quedaba con él echado en la cama mientras su cerebro se negaba a pararse y dejarle dormir. Y, como cada noche, sacó una de las manos de debajo de su cabecita y cogió una de las mías, grandotas y rudas en comparación, tirando de ella para que mi brazo quedara abrazándole y agarrándola fuerte para que no me fuera antes de que él se durmiera.
- Que sueñes cosas preciosas, hijo mío. Papá estará aquí para cuidarte, siempre.
Cada noche le decía eso, y lo orgulloso que me sentía de él y de todas las cosas buenas que había hecho. Y su sonrisa y felicidad eran lo único que yo necesitaba cada noche para sentirme el hombre más feliz de todos.
- Pero, papá, si el cerebro se duerme, ¿porqué sueño cosas? ¿De dónde vienen los sueños?
Siempre tenía un abanico de preguntas que hacerme antes de aceptar rendirse al cansancio. Cada noche teníamos las conversaciones más interesantes en esa media hora que él tardaba en hacerme caso y tratar seriamente de dormir. Por eso yo nunca insistía demasiado en que debía callar y dormirse.
- Bueno, cariño, los científicos dicen que el cerebro en realidad no descansa durmiéndose, sino que se pasa todo el día controlando los pensamientos como si fuera un jinete controlando a un caballo de carreras, un pura sangre…
- ¿Un caballo como Furia?- siempre tenía comentarios para interrumpirme, que matizaban en su pequeña mente lo que le decía y con los que él quería demostrarme también que él sabía mucho, aunque yo le tuviera que explicar cosas. A veces incluso, después de una perorata sobre algún tema plagada de preguntas, concluía él el diálogo, con un “…sí, ya lo sabía; es como yo ya sabía…”
-…si hijo, como Furia; la mente es un pura sangre al que hay que domar para que vaya por donde tu quieres durante el día y no parezcas un loco. Pero a los pura sangres hay que dejarlos de vez en cuando que corran solos, sin silla ni jinete, sin recorridos ni carreras, o acaban aburridos y desmotivados…
- Como los ladrones en la cárcel… que al principio se lo pasan bien pero luego se aburren porque no pueden salir.- aseveró.
- Más o menos hijo. Es como si a ti te están incordiando todo el rato en clase. Que tu quieres hacer el trabajo pero está tu compañero incordiando..
- Sí; – mi interrumpe – no es mi compañero, es Diego, que siempre está hablando y dándome patadas por debajo de la mesa.
- ¿Y tú qué le dices?
- Que pare, pero no me hace caso.
- ¿Y te enfadas?
- Sí
- ¿Qué pasaría si siempre fuera así, si nunca acabara la clase y no te pudieras quejar de Diego nunca?
- Que me enfadaría mucho y no me podría controlar y le pegaría y le gritaría…
- Pues al cerebro le pasa lo mismo. Si no durmiéramos y la dejáramos libre en esas noches, acabaría agotado.
- ¿Y chillaría?
-Bueno, sí, pero a su manera. El cerebro no tiene boca, ¿no?
- No, pero puede pensar muy fuerte…
- Pues lo que pasaría es que nos volveríamos locos porque el cerebro estaría tan cansado y enfadado que dejaría de controlarse y hacer bien las cosas. Entonces, cuando nos dormimos, el cerebro empieza a pensar por su cuenta en todas las cosas que le han pasado durante el día, y las mezcla y se imagina cómo podían haber sido las cosas, pero sin normas. Como cuando tú te inventas tus dibujos, que vas cambiando a medida que quieres ir añadiendo cositas que se te ocurren. Pues tu cerebro lo hace sólo durante la noche, y te lo muestra en sueños.
- Pero yo soy mi cerebro, tú siempre lo dices…
- Así que el que hace todo eso…- hice una pausa para que completara él la frase.
- ¿Soy yo?
- Claro hijo, tú cerebro no es un bicho que vive dentro de ti, sino que eres tú mismo. Y cuando sueñas es cuando te estás librando de todas las cosas que no te gustan…
Pasaron unos minutos en plácido silencio. Su respiración se fue pausando y yo pensaba que ya estaba en ese dulce trance entre la vigilia y el sueño. Empecé a programar qué haría las siguientes dos horas, antes de acostarme yo a dormir y descansar por mi cuenta.
- Pero, ¿de dónde vienen los sueños?
Una vez más, como muchas otras, yo pensaba que se estaba durmiendo, pero en realidad estaba con sus cábalas, procesando lo que le había dicho y combinándolo con su manera de ver el mundo. Y llegó a la conclusión de que mi respuesta le decía qué eran los sueños, pero no de dónde venían.
- Bueno, antes te he dicho lo que dicen los científicos que son los sueños. Pero te voy a decir de dónde vienen en realidad. Durante el día hay cientos de millones de personas despiertas, todas muy ocupadas haciendo muchas cosas de todo tipo. Unos trabajan, otros educan, otros hacen deporte… pero casi nadie tiene tiempo para pararse a pensar en las cosas que les apetece, porque tienen que pensar en sus obligaciones…
- Sí, como yo en el colegio, que tengo que pensar en lo que me dice la maestra, aunque a veces yo quiero pensar en mis cosas.
- Claro… de vez en cuando tienes ideas o cosas muy interesantes sobre las que quieres pensar o imaginar. Pero no puedes…
- No, tengo que hacer tareas del colegio, porque si no las acabo en clase, luego las tengo que hacer en casa…
- Y ¿sabes qué pasa con las ideas que tenemos y que no usamos? ¿Sabes dónde va todo el pensamiento y la imaginación que no aprovechamos durante el día?
- Se olvida…
- ¡No! ¡Se va! Nos abandona en forma de burbujas invisibles y se queda flotando por el cielo y recorriendo el mundo, en busca de una mente abierta, de un cerebro con tiempo para ellas. Hay tantas por todas partes que, si no fueran invisibles, no veríamos casi nada más.
- Y nos chocaríamos
- Sí hijo. Pero por la noche, cuando nos dormimos y dejamos de manejar a nuestro cerebro, le devolvemos su tiempo libre al cerebro y nuestras cabecitas se convierten en un sitio perfecto para que las burbujitas se vayan posando y podamos imaginarlas y pensarlas con libertad y tiempo. Y así se van encadenando sueños absurdos con cambios repentinos, porque después de un pensamiento llega otro de otro lugar, y luego otro de muy lejos, y luego otro de tu papá que anda por casa… y se van mezclando en tu cabecita las ideas e imaginación de muchas personas y tienes sueños increíbles. Y así, cuando dormimos más, ayudamos a todos esos pensamientos a encontrar un sitio en el que descansar y explayarse y pasan a formar parte de ti y de tu mundo.
- ¿Y las pesadillas son de gente mala?
- No hijo, casi siempre son de cosas que tu cabecita no entiende y le coge miedo.
- Pero también de gente mala…
- Sí hijo, por desgracia, alguna habrá.
- Entonces voy a dormir mucho para que descansen muchas burbujas que estarán cansadas de viajar.
- Muy bien, besito.
Y con un dulce beso, se puso, una vez más, con sus manos juntas por las palmas bajo su carrillo y su sonrisa de ángel, a dormir definitivamente.
Buenas noches.
Luna llena
Luna de azul claro,
y tus ojos que hablan.
Callas.
Luna de azul oscuro
que cae toda sobre el estanque
y lo derrama.
Hablas.
Luna de color extraño
que te clava, oportuna,
el don de una belleza infinita.
Derramas.
Palabras de luz de luna
que tus palabras callan,
que tus ojos gritan,
que tu corazón derrama.
Clavas.
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